¿Qué son las normas y los límites?

El límite le dice al niño: “Hasta aquí puedes llegar, más allá no”. La norma es la forma en que se traducen los límites en el día a día. Cada familia ha de establecer sus propias normas.

Los límites proporcionan seguridad al niño para enfrentarse al mundo. Las normas marcan la organización necesaria para que una familia, y por extensión cualquier otra forma de convivencia funcionen. A través de las normas el niño aprende qué está permitido, y qué no, y para ello es necesario decirle en ocasiones “no”, y mantenerlo siempre que sea necesario.

La importancia de la comunicación

La forma en la que nos comunicamos en la familia es fundamental para establecer con éxito los límites y las normas. Todo lo que hacemos en la vida se acompaña de comunicación. Cuando no se expresa claramente el mensaje, o el interlocutor no entiende lo que se le quiere decir, aparecen barreras que producen dificultades en las relaciones. Con los hijos pasa lo mismo, si los padres son claros con el mensaje que quieren transmitir, si se aseguran de que los hijos les entienden, si escuchan lo que éstos tienen que decir, se puede establecer una relación de respeto y entendimiento. Esto evitará que surjan discusiones, y ayudará a encontrar momentos de entendimiento.

Tener una buena comunicación en casa es fundamental para establecer una convivencia tranquila, sosegada y feliz. La comunicación sirve para:

  • Establecer contacto con los otros.
  • Dar o recibir información.
  • Expresar o comprender lo que pensamos.
  • Transmitir nuestros sentimientos.
  • Compartir o poner en común algo.
  • Relacionarse.

Elementos que facilitan la comunicaciónz

La escucha activa: que consiste en mantener una conducta que le dé a entender al niño que se está atendiendo a lo que dice, como por ejemplo mirarle a la cara o colocarse a su altura para hablar con él/ella.

La habilidad para motivar y el refuerzo social, que consisten en señalar al niño cuánto nos gusta comunicarnos con él diciéndole cosas como: “me encanta que hablemos”, “ahora entiendo lo que quieres”, ayudan a mantener la atención evitando las distracciones. Es muy necesario buscar momentos adecuados y frecuentes para hablar con los hijos, sentirán que son importantes, les dará seguridad y tranquilidad, y nos proporcionará información sobre cómo se sientes y podremos detectar preocupaciones, miedos, problemas, etc.

La empatía: que es la habilidad para ponerse en el lugar del otro. El objetivo es entender lo importante que son para el niño sus cosas, aunque para el adulto parezca que son cosas sin importancia.

Para poner en marcha estos elementos facilitadores de la comunicación es necesario desarrollar las siguientes habilidades:

  • Dar información positiva.
  • Emitir mensajes coherentes, que no den lugar a contradicciones.
  • Expresar sentimientos, tanto los que nos resultan agradables como aquellos que no lo son (no hay sentimientos buenos o malos, algunos son agradables y otros desagradables. Hay que aprender a expresarlos y gestionarlos de forma adecuada).
  • Expresar un clima emocional de cariño y respeto.
  • Pedir y escuchar la opinión de los demás.

Cuando comunicamos un mensaje verbal, nuestras palabras van acompañadas de gestos, posturas, tono de voz, miradas, y otros recursos que constituyen la comunicación no verbal. Esto es muy importante, ya que tenemos que intentar que exista coherencia entre comunicación verbal y la no verbal.

El diálogo

Tanto el exceso como la falta de diálogo dificultan la comunicación, y en la mayoría de los casos producen distanciamiento entre padres e hijos.

  • Hay que evitar el exceso de diálogo, es necesario que se de tiempo al niño para que entienda lo que se le ha dicho, y después se le puede preguntar qué opina.
  • También tenemos que evitar la falta de diálogo. Debido a la falta de diálogo, puede parecer que disminuyen los conflictos, ya que al no hablar pueden disminuir las discusiones y los roces. Pero se pierde la oportunidad de compartir momentos en los que todos expresan cosas que les vinculan afectivamente, y a la larga esto puede generar problemas importantes. Es necesario buscar y reservar momentos todos los días para escucharse los unos a los otros, manteniendo una actitud abierta hacia las diferentes opiniones, y con predisposición para escuchar lo que dice cada uno.
  • Hay que enseñar a los niños a comunicarse, haciéndoles ver que lo que dicen es importante, y por lo tanto ellos también lo son. Las familias que dan prioridad a la comunicación no evitan los conflictos, sino que se enfrentan a ellos y aprenden recursos y estrategias para poder resolverlos.

La Autoridad

El ejercicio de la autoridad suele ser una fuente de conflictos, pero se complica aún más cuando no se ejerce de la forma adecuada. Es importante para los niños identificar un modelo válido de autoridad. Para ganarse un reconocimiento que les otorgue autoridad los padres pueden:

  • Establecer normas de funcionamiento que tenga en cuenta las necesidades de los miembros de la familia, es decir, contar con lo que el niño precisa.
  • Consensuar entre los que ejercen la autoridad (habitualmente padre y madre) lo que se quiere conseguir y seguir una misma línea. Una vez decidido, comunicárselo al resto de la familia, a los abuelos, cuidadores, etc para que exista coherencia en los mensajes que se le dan al niño.
  • Cumplir y hacer cumplir las normas marcadas, que han sido consensuadas. Es necesario que se lleve a la práctica lo previsto, y ser coherentes y constantes en la aplicación de las consecuencias que se derivan tanto del cumplimiento como del incumplimiento de dichas normas, que se han establecido y comunicado previamente.

Algunas ideas para mantener la autoridad:

  • Tener buen humor, serenidad y paciencia.
  • Mantener una línea de actuación coherente.
  • Acordar en pareja cómo educar a cada hijo.
  • Prestar atención a los intereses y problemas del niño.
  • No mostrar discrepancias entre ambos progenitores delante de los hijos.
  • Es necesario ser firmes y constantes en la aplicación de las normas, sin olvidar que en determinados momentos también es necesario ser flexible, y no olvidar nunca el cariño.
  • Reforzar positivamente y dar valor a aquellos momentos en los que el niño presenta el comportamiento adecuado.
  • Fomentar la autonomía y la libertad, y al mismo tiempo fomentar que adquieran responsabilidades.

El valor del “No”

Una de las dificultades más importantes a la hora de aplicar los límites en la familia, es el miedo que surge cuando hay que decir no a alguna demanda de los niños. Lo que se teme en concreto es no saber controlar la reacción que pueda tener el niño ante la negativa.

Para mantener los límites de forma consecuente, en numerosas ocasiones los padres tienen que decir que “no”, y no ceder a las exigencias de los hijos. Cuando decimos “no”, no debemos sentirnos culpables, ya que ello les va a ayudar a madurar y crecer.

Además, decir “no” sirve de aprendizaje para cuando sean adultos, ya que la realidad es que no siempre saldrán la cosas como ellos quieren, sino que tendrán que enfrentarse a muchas frustraciones, y aprender a gestionar la tolerancia a la frustración de no tener lo que quieren cuando quieren. Dicha tolerancia a la frustración se aprende cuando los padres dicen “no” y lo mantienen. Si un niño nunca se enfrenta al “no” del adulto, le costara mucho más hacer frente a la adversidad, y a aquellas situaciones en las que no consigue lo que quiere, y no adquirirá recursos y estrategias que le ayuden a enfrentarse a ellas de forma adecuada.

  • Decir “no” cuando es justo y necesario, no culpabiliza a quien lo dice, y educa a quien lo escucha.
  • Un “no” dicho con convicción y énfasis ayuda al niño, y es mejor tolerado. En cambio, un “no” poco creíble carece de valor.
  • Tampoco debemos caer en decir “no” a todo aquello que pide el niño, ya que esto lleva a reprimir su iniciativa, y a que no se muestre comunicativo.

La importancia de los límites

Todos los niños quieren y necesitan comprender las normas de cada uno de los contextos en los que viven (colegio, casa, parque, etc). Necesitan saber hasta dónde pueden llegar, y qué pasa cuando rebasan esos límites. Si no pasa nada, es decir, si no hay ninguna consecuencia, seguirán rebasando dichos límites.

Los límites dan seguridad

El hecho de establecer límites y normas permite que el niño se sienta seguro y protegido porque sabe con quién puede contar para que le guíe en su aprendizaje.

Los límites también aportan a los niños seguridad emocional, porque lo nuevo desconcierta. Gracias a los límites tienen orientación que guíe su conducta. Los padres que informan claramente a sus hijos de cómo hacer las cosas, y de hasta dónde pueden llegar convierten su vida en algo predecible, y como consecuencia les dan seguridad. Los niños que se rigen por normas justas saben lo que ocurre cuando no las cumplen.

Los límites ayudan a aprender cuáles son las conductas adecuadas

Cuando los límites están claros y no cambian constantemente, los niños saben si la conducta que presentan es adecuada o no, y también qué consecuencias tiene el incumplimiento de una norma.

Los límites son un aprendizaje fundamental para la vida adulta

Cuando se marcan límites en casa es inevitable que surjan disputas, ya que lo más probable es que el niño intente saltárselos. Un actitud serena, tranquila y consecuente por parte de los padres es fundamental para superar el conflicto, y para que el niño aprenda que no siempre puede hacer lo que quiere. Por un lado, esta actitud resulta más convincente que dar gritos o amenazar, y por otro, sirve de modelo al niño, que imitará la manera de comportarse de sus padres cuando tenga que solucionar sus propios conflictos.

Si los límites y sus consecuencias están correctamente definidos, el niño aprende a tomar decisiones. Por ejemplo: “¿Qué hago?, ¿Me como la cena y así luego puedo tomar el helado? ¿o elijo no probar bocado y renuncio al postre?”. Esto ayuda a los niños a hacerse responsables de las consecuencias de su comportamiento. Así, poco a poco, van aprendiendo que son ellos quienes marcan sus propios límites. Al principio necesitan que el límite venga de fuera, que lo fijen sus padres, pero con el tiempo serán ellos los que establezcan las normas que dirijan su comportamiento. Una vez que se conviertan en adultos, no precisarán que alguien les diga cómo actuar, ya que habrán aprendido e interiorizado cuándo un comportamiento es adecuado y cuándo no.

Los límites ayudan a establecer relaciones

Una de las cosas que con más frecuencia exploran los niños es el grado de control o de poder que sus padres tienen sobre ellos. La experiencia les enseña hasta dónde pueden llegar, y cuál es su posición con respecto a los otros miembros de la familia. Al principio este aprendizaje tiene lugar en la familia, y posteriormente se extrapola a otros ambientes donde existe autoridad como el colegio.

Un niño con límites poco claros y no definidos se hace preguntas del tipo: “¿quién nada aquí?” o ¿hasta dónde puedo llegar?”, y mantiene una incesante lucha con las normas que rigen la organización del grupo. Esta actitud puede extenderse a otros contextos, y por ejemplo puede llevar a problemas de comportamiento en el colegio, que pueden derivar también en problemas sociales con iguales. Es importante que se le explique con claridad qué puede hacer, mediante el establecimiento de limites adecuados y haciendo un continuo seguimiento de que se cumplan, esto ayudará a evitar conductas tiranas, exigentes y agresivas en los diferentes contextos en los que se desarrolle.

Cómo dar una orden

  1. Limitarnos a una sola instrucción

Hay que usar un lenguaje que el niño entienda en función de su edad y sus características personales. Si nos dirigimos a él en estos términos: “Deja de jugar, recoge, prepara el pijama, y cuando estés en el baño avísame”, el niño cuando esté a mitad de camino, ya no se acordará de lo que le hemos pedido, y lo más probable es que siga jugando en su cuarto. Su capacidad de atención y retentiva es limitada. A medida que vaya siendo más mayor podemos darle varias órdenes o instrucciones juntas.

  1. Las órdenes e instrucciones tienen que ser claras

Los niños necesitan que les pidamos con mucha claridad y de forma específica lo que queremos y esperamos de ellos. La diferencia entre “aséate” y “lávate las manos y péinate” es grande.

  1. Marcar una pausa para ver si el niño nos ha entendido

Puede ser útil que repita lo que tiene que hacer, y las consecuencias de hacerlo o no, para comprobar que ha entendido nuestro mensaje.

  1. Repetir el mensaje

Este paso sólo es necesario si el niño no ha sabido hacer lo que le hemos pedido.

  1. Ayudarle a hacer lo que le hemos pedido

Podemos acompañarle e iniciar la acción con él. Una vez que empiece a hacerlo, nos retiramos para que continúe solo. Así le ayudamos a que se centre en la tarea y no se despiste con otros asuntos.

  1. Reforzarle cuando nos haga caso

Es importante reforzar de forma positiva al niño con comentarios como: “Estoy muy contento por lo que has hecho”, “creo que te has esforzado muchísimo”, “cada vez te salen las cosas mejor”, etc.

Tenemos la tendencia a ser selectivos y fijarnos en lo negativo, pasando por alto lo positivo. Se debe evitar dar órdenes o instrucciones haciendo hincapié en comportamientos negativos. Por ejemplo: “no grites”, “no cojas el mando de la tele”, “no tires de la cortina”.

Cuando marcamos las órdenes negativas estamos atendiendo a lo que no tiene que hacer el niño, pero no le decimos qué es lo adecuado. Son convenientes mensajes del tipo: “habla bajito, así te oigo mejor”, “dame el mando para que lo guarde yo”, “juega aquí en la mesa en vez de detrás del sillón”. De esta forma el niño sabe lo qué le estamos pidiendo, y puede llevar a cabo la conducta adecuada.

Otro de los riesgos de hablarle en negativo es caer en la regañina crónica. Cuando los padres no dicen al niño qué puede hacer, y se limitan a prohibir comportamientos, están favoreciendo que los repita, ya que es una forma de recibir atención. Es conveniente dar la instrucción y orden en positivo, y así plantear alternativas de comportamiento.